Salí a marchar.

Es 25 de noviembre y salí a marchar para que dejen de matarnos.

Si, salí a marchar.

Para los que me conocen bien saben que las marchas son uno de mis más grandes miedos. Me da claustrofobia y por mi mente rondan constantemente las miles de maneras en las que podría todo salir mal. Recuerdo la primera marcha que vi de cerca. Tenía por ahí de ocho años, había convencido a mi papá no ir a clases y nos fuimos al centro de la cuidad a pasear. Ahí en pleno bullicio citadino mi papá me contaba historias de la vieja Tenochtitlán y parábamos en cada puesto de periódico a inspeccionar los titulares de ese día. De repente unos tambores a todo volumen aparecieron detrás de mi. Unos miles de hombres vestidos de negro y con el cabello parado de puntas gritaban algo que a mi corta edad no entendía. Mi papá tomó mi mano y nos pegamos al edificio mas cercano. Sentí que dejaba de respirar, mientras veía una interminable fila de piernas con botas de combate marchando a menos de cinco centímetros de mi. No pasó nada más, se acabó el conglomerado y mi día libre siguió como si nada. Sin embargo ese miedo se me quedó dentro para siempre. No voy a conciertos donde no puedo tener mi propio espacio, no salgo de antro, pocas veces voy a bailar y definitivamente no voy a marchas. Mis amigos, con los años, han dejado de invitarme a ellas. Y con los años me ha dado más y más rabia que un miedo así me prohiba de ir a gritar lo que tanto me da rabia. El pasado 25 de noviembre les dije a mis amigas que mi corazón iba con ellas, que estaba ahí en espíritu y mientras manejaba hacia mi casa lloraba de la impotencia que sentía. Quería ira a gritarle al mundo que muero de miedo por salir de noche, que cada dos pasos que doy volteo la cabeza para ver si no hay nadie siguiéndome. Que prefiero estacionarme lo mas cerca de las entradas y camino con las llaves en las manos. Que me da miedo salir de fiesta y que mis amigas salgan de fiesta. Que me da rabia los chistes machistas de los hombres cercanos a mi pero mas rabia me da no decirles nada, quedarme callada, quedarme callada y no decir nada por miedo a algo, al vacío, a la confrontación. 

Hoy decidí confrontar mi miedo. Salí a marchar con las feministas gallegas y a gritar que nos están matando. Nos están matando en México, en Galicia, en todo el puto mundo. A los minutos de marchar junto a ellas comencé a llorar. Lloré porque estaba respirando, estaba viva y estaba harta. Harta de escuchar a diario que otra no está, que no la encuentran, que la buscan, que la mataron. Dejé de llorar para gritar y sentirme abrazada por el movimiento. Caminé con ellas todo el trayecto y me sentí orgullosa de mi. Hoy confontré uno de mis miedos, y aunque fue en Compostela en una marcha que no fue muy grande comparada con las de la CDMX, me siento llena, satisfecha y viva.

Me siento viva y no todas han tenido esa suerte. Y no debería ser suerte, debería ser natural sentirse viva. Porque vivas se las llevaron y vivas las queremos. Porque siempre libre y viva.

Marché hoy por la vida.  

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